Encomiable el trabajo que en favor de la música de nuestro tiempo está realizando el pianista Alberto Rosado. Catedrático de Música de Cámara en Salamanca, es asimismo parte integrante de agrupaciones musicales como Proyecto Guerrero (antes Gerhard) y Plural Ensemble, que dirige Fabián Panisello. Músico que goza ya de proyección internacional, aúna ahora su indiscutible capacidad con el emergente sello discográfico VERSO, que en su filosofía de recuperación histórica vuelve a dar buena prueba en ésta su sexta publicación de su apoyo a los músicos españoles de indudable nivel y a repertorios no por infrecuentes de menor calidad e interés, que además edita con exquisito cuidado, cu-briendo de este modo un importante hueco discográfico con su arriesgada y necesaria iniciativa.
Si consideramos la desinteresada y abierta actitud de búsqueda de la belleza, de novedosos estímulos sensoriales, como premisa fundamental de todo artista que se precie, no tardaremos quizá mucho tiempo en darnos cuenta del carácter múltiple, de la diversidad de propuestas, del lenguaje contemporáneo y de la necesidad de transitar libremente por inexplorados territorios del conocimiento. Más aún si como trasfondo subyacen las determinantes secuelas del contundente latigazo que supuso la Segunda Guerra Mundial para el arte de mediados del siglo XX.
Bajo el título Musica ricercata, Alberto Rosado ha querido reunir piezas fundamentales del repertorio contemporáneo para piano que obedecen precisamente a esa actitud de búsqueda y acercamiento que ha conformado un germen anunciando fecundas músicas posteriores. Bella elección que dirige su mirada hacia cuatro pilares básicos, cuatro compositores de asombrosa calidad poética y humana: Ligeti, Messiaen, Takemitsu y Cage. Todo un reto del que este entregadísimo pianista sale más que airoso en su sobriedad y adecuación estilística.
Obra de juventud, Musica ricercata (1951-53), de György Ligeti, es un trabajo experimental en el que el autor investiga su propia tradición, la húngara, y su compartido interés con sus antecesores Bartók y Kodály por el folclore, pero desde una antiacadémica creatividad que posibilita un juego formal más rico y abierto a otras perspectivas en el que, empleando como base las doce notas de la escala cromática, desarrolla estos once movimientos incorporando paulatinamente cada una hasta formalizar un multicolor conjunto con distintos niveles de lectura, un bello catálogo en el que se entrecruzan intuición, obsesión, poesía o extravagancia, transcritas con tan genial sencillez que en buena medida ha dado lugar a la personal gramática del Ligeti más maduro y difundido.
Ciclo que por su singularidad hay que considerar pieza clave del siglo XX, las Veinte miradas sobre el Niño Jesús, que Olivier Messiaen publicó en 1944, forman un vasto conjunto nacido y coherentemente articulado desde la profunda emoción de sus convicciones religiosas. Intensa devoción y destello poético envuelven esta obra de riquísima cromática en la que la herencia del transparente Debussy se sintetiza y amalgama de manera compleja y ejemplar con las tan queridas rítmicas griega e hindú y el canto de los pájaros, otra de sus devociones. Tal es su densidad musical que Rosado nos ofrece su versión personal reducida a siete "miradas" que enfocan la figura de Cristo desde la perspectiva de su valor más cercano, más humano.
Y precisamente de-voción es la que expresaba el japonés Toru Takemitsu por el arte de De-bussy y Messiaen y la rica tradición musical de su país natal, de las que consigue un exquisito maridaje en sus Tres silencios ininterrumpidos (1952-60). Aéreas sugerencias, delicadas ensoñaciones poéticas, se suceden entre evocadores silencios e ingrávidas atmósferas, esquivando, velando con sutiles giros lo analítico y el rigor técnico que subyace de fondo sustentando su flexible desarrollo.
Delicioso broche final la inclusión de las también juveniles Una habitación y En un paisaje, del inefable JohnCage. Dos "obritas" proféticas del asombroso corpus pianístico del budista norteamericano, empedernido e iluminado buscador que, en su instintiva sencillez, actuaron como un detonante en los círculos musicales de los años cuarenta anunciando el futuro, lo que unas dos décadas después sería, sin ir más lejos, el minimalismo de Reich o Riley. Expresado metafóricamente y en alusión a sus títulos, Cage nos invitó permanentemente a abrir las puertas y ventanas de la habitación para percibir en directo el inagotable rumor de un extenso paisaje.

Manuel Luca de Tena