La de Nicolai Gedda (Estocolmo, 1925) fue una de las voces más singulares de la segunda mitad del siglo XX, aunque a lo largo de su carrera, como suele ser lógico, sufriera diversas modificaciones en lo que puede considerarse desarrollo normal del instrumento. En sus inicios era aéreo, terso, claro, el propio de un tenor ligero, pero dotado de cierto espesor, de una carne pajaril muy apreciable, capaz, además, de manejar, con una maravillosa flexibilidad, un amplísimo juego de dinámicas, del pianísimo más escalofriante al forte más contundente, sin modificar, he ahí el secreto, su espectro tímbrico, pero sí matizando, coloreando hasta el infinito, con una facultad caleidoscópica y atmosférica, en busca de la expresión sutil, del toque fino que conduce al arrobo y que nos coloca en el mundo de lo elegíaco.

En ese mundo irreal, producido por sonoridades irreales de cabeza, se colocaba la histórica recreación del aria de Massaniello de La muette di Portici de Auber que Gedda llevó al disco en 1954; y se ubican algunas de las interpretaciones de este primer recital que el tenor ofreció en el Festival de Salzburgo el 18 de agosto de 1959 y que Orfeo lanza ahora como auténtica novedad discográfica. Y verdaderamente suculenta, porque el cantante exhibe sus credenciales en todas y cada una de las 26 piezas que alberga la grabación. Destacamos al respecto las sutiles medias voces y falsetes, en notas a veces muy agudas, de Notte de Respighi, Beau Soir de Debussy y varias páginas de Glinka, Rachmaninov y, de manera muy resaltable, en Nacht und Träume D 827 de Schubert, último de los cuatro bises con que se coronaba el triunfal concierto.

Lástima que en pocos años la purísima voz del tenor, capaz de cantar en varias lenguas con igual acierto, se fuera agostando y adquiriendo una pátina menos satinada, incorporando sonoridades espurias y desarrollando un vibrato poco atractivo; lo que no obstó para que su carrera se extendiera durante lustros y fuera añadiendo a su amplísimo repertorio partes operísticas más propias de tenores líricos plenos, o incluso de carácter spinto. Al tiempo, el intérprete se hacía menos versátil, menos cambiante y matizado y empezaba a abusar del forte indiscriminado.
De ahí que debamos acoger como oro en paño este milagroso disco de un tenor de 34 florecidos años, en el cenit de sus facultades, con la voz todavía inmaculada. El recital mantiene la calidad de principio a fin. Encontramos otros muchos momentos de disfrute en O Nuit de Piccini, de una tersura fantástica, y en las demás canciones en la lengua de Moliére como la leve Mandoline de Debussy, bien servida rítmicamente con sus notas a contratiempo. En Fleur jetée de Fauré Gedda se muestra valiente, pero con ausencia de sfumato. Especialmente operística es la interpretación de las dos piezas de Tchaikovski, aunque en La Ninfa de Rimski-Korsakov el artista vuelve a darnos una demostración de pianísimos acariciadores.

En las dos de Mussorgski y en la de Shostakovich la voz adopta un convincente aire popular; como en las páginas anónimas del folklore ruso. Nunca tuvo Gedda problemas en la zona aguda y aquí lo evidencia yéndose a las alturas del la, si bemol y si natural 3 con fachenda, facilidad, donosura y fuerza. Disfruta sin duda el cantante; porque además va sobre seguro impulsado desde el teclado por el también versátil Erik Werba, uno de los maestros en el difícil arte del acompañamiento.

Arturo Reverter