Carl Philipp Emanuel Bach es uno de esos compositores que aún le hacen a uno sentir el placer desconcertante de la inocencia. Su corpus es crucial para comprender mejor el posbarroco, el pleno clasicismo y el primer romanticismo. Sin embargo, y a pesar de la manida referencia al hecho de obtener en un momento dado más prestigio que su padre, lo cierto es que tras su muerte cayó en un progresivo e incomprensible olvido que ya hizo a Beethoven desesperarse ante la dificultad de hacerse con sus partituras. Aún hoy se nos sigue apareciendo como un océano por escudriñar, pero por fortuna, las grabaciones de calidad en torno a él proliferan desde hace tiempo a buen ritmo. Esta vez asistimos a una notabilísima aportación de la mano del francamente fabuloso conjunto La Tempestad: tres partituras increíbles que Emanuel compusiera en 1788, es decir, el último año de su vida. La historia de la música ofrece frecuentes ejemplos de autores que, como si presintieran su final, descuellan con trabajos de un decidido experimentalismo. Como síntoma de madurez compositiva renuncian a la hojarasca, van al grano y suelen preferir el “menos es más” camerístico (aparte de que ya no buscan aspirar a grandes públicos). En el caso de Bach, su testamento musical lo conforman tal vez estas joyas de apariencia galante pero de estructura libertaria: los cuartetos Wq.93, Wq.94 y Wq.95. Los instrumentos, todos solistas y acompañantes en igualdad de condiciones, sobrevuelan gráciles sin depender de la gravedad de un bajo continuo y se reparten las melodías en una suerte de puntillismo sonoro que podríamos calificar como antecedente remoto de cierto jazz conceptual y minimalista. El tejido a tres patas que convierte lo de “cuarteto” en una rémora, los espejos y reflejos a medias, las imitaciones nunca estrictas, los inesperados silencios... todo en estas piezas es imaginación que se desborda, desorden de mentira y mimo por el detalle. Ojo, que la primera impresión engaña: hay que escucharlas con la misma fruición con la que están escritas. Podemos usar como ayuda el contraste que de pronto supone oír el trío escrito más de treinta años antes -por otra parte hermosísimo- que se incluye al final del disco... ¡el mismísimo C.P.E. Bach se nos antojará conservador tras haber escuchado los tres cuartetos anteriores!
Pablo del Pozo