A lo largo de esta integral nos hemos referido en más de una ocasión al talento de Eric Le Sage para revelarnos la poesía más íntima del catálogo pianístico schumanniano. Y es que la densidad del timbre, su tono oscuro y cálido, se entrega dócilmente a la pulsación más introspectiva. En este volumen, sin embargo, el pianista reivindica su capacidad para lucirse en el repertorio más arrebatado del genio de Zwickau desplegando un sonido imponente, grande, musculoso, pero también ágil y brillante, que no duda en extremar dinámicas y buscar contrastes con un fraseo cargado de fuerza y energía. El Allegro Op. 8 y las dos colecciones de Estudios a partir de los Caprichos de Paganini son ejecutados con hábil contundencia y poderosa sonoridad, recordándonos de paso que la bravura carece en Schumann de insolencia exhibicionista y guarda siempre un asomo de duda, una sombra reflexiva que el sonido de Le Sage expresa con vehemencia y que el libreto de Alpha, siempre interesante, describe como virtuosismo trascendente. La toma sonora, muy cercana, permite la justa expansión sonora y cumple con su parte. Con el Carnaval de Viena vuelve el Schumann de las máscaras, el que envía mensajes cifrados ocultos entre las notas y que Le Sage conoce bien. La interpretación se deja empapar por el sonido en punta de las obras citadas anteriormente y el pianista se esfuerza por dotar a su timbre de mayor color y mordiente, firmando una lectura que tras un inicio algo literal cobra verdadera intensidad. Idéntica concentración exhibe Le Sage en las Cuatro Piezas Op. 32 y en las tres breves sonatas que completan este doble disco, obras estas últimas que Schumann escribe en pleno ocaso vital para Julie, Elise y Marie, sus hijas mayores, adaptando las exigencias del texto al nivel de competencia pianística más adecuado para cada una de sus niñas.

Ignacio González Pintos